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Los ocho niveles de Sedaká (caridad)

Existen varios tipos de ayuda al prójimo en relación al que la aporta. Para el que la recibe no hay diferencia, porque siempre tiene el mismo sentido que es disminuir su padecimiento. Sin embargo, el que da, puede dar movilizado por distintas emociones y criterios.

Maimónides (1138-1204) menciona una escala de 8 niveles de sedaká (caridad). En orden descendente son los siguientes:

1. Dar sedaká de modo tal que la persona se vuelva autosuficiente, ya sea a través de un préstamo monetario para que se establezca comercialmente por su cuenta o un empleo, o la enseñanza y formación en un trabajo, oficio o profesión.

2. Dar sedaká sin saber quién la recibe y sin que el receptor conozca el nombre del benefactor. 

3. El donante conoce a quién da, pero el receptor no sabe de quién recibe.

4. El que recibe conoce al donante pero no viceversa.

5. Ambos se conocen y el donante da antes que se le pida.

6. Dar al que solicita lo que necesita solo cuando lo pide.

7. Dar al que solicita menos de lo que necesita, pero con buen semblante.

8. Dar sin buena predisposición ni amabilidad.

En base a estos criterios, es importante que nos preguntemos: ¿cómo damos nosotros? ¿En qué lugar de esta escala nos ubicamos? ¿Qué podemos hacer para crecer en este precepto tan esencial, la ayuda al necesitado?

Hay personas que dan por lástima: ven al pobre y sienten pena por él, entonces deciden ayudarlo.

En general, la mayoría de las personas estamos ubicadas en este nivel. Dios, en Su infinita sabiduría, ha establecido un programa básico de sentimientos en el ser humano, que lo lleva a rechazar el dolor propio y ajeno. 

Uno de los mecanismos básicos de supervivencia de la especie humana es buscar el placer y alejarse del sufrimiento. Por ello, las personas buscamos siempre aliviar nuestras angustias, pero también las ajenas, especialmente cuando son de seres cercanos a nosotros. 

Dar por lástima es un nivel bajo de ayuda al prójimo pero no está mal, ya que refleja que el mecanismo humano de supervivencia frente al dolor funciona. Obrar cruelmente frente a la adversidad de otros, siendo indiferente a su sufrimiento, es una actitud inhumana y enfermiza.

Pero si solo usamos este parámetro de supervivencia básica para dar, con el simple objetivo de que el corazón no sufra o de aliviar la conciencia, entonces corremos el riesgo de ayudar mal.

Puede ocurrir que ayudamos a alguien que nos da lástima pero que realmente no necesita de nuestra ayuda con tanta urgencia, mientras que otra persona (que no conocemos, o a la que no vimos en su sufrimiento, o que no pide por vergüenza) queda desamparada. 

Además, podemos anestesiar la conciencia ayudando o dando a cuentagotas, pero sin dar todo lo que podríamos.

Por eso, el que quiere ayudar mejor, debería usar el intelecto para analizar que la necesidad existe y requiere su ayuda, la vea o no en persona, un panfleto o los medios y redes sociales.

Debemos ser capaces de evaluar que hay quienes piden o son elocuentes con sus tragedias al contarlas y otros tienen vergüenza o no tienen medios para expresarse. Por consiguiente, la lástima que nos activa a dar puede llevarnos a dar a una causa injusta, innoble o inútil.

Recordemos que la sedaká es sédek. O sea, la caridad es también justicia. Si damos a quien no lo merece, o a una obra de caridad que tiene buenas intenciones pero que no sabe utilizar sus recursos, estamos desaprovechando la oportunidad de hacer justicia y corregir las desigualdades sociales.

Solo el análisis racional y desprejuiciado hará que la ayuda sea real, auténtica y justa.