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Iom Ierushaláim: Jerusalén es un centro de armonía para toda la humanidad 

Jerusalén es central en la historia judía: desde tiempos inmemoriales, la importancia de esta ciudad era conocida. Abraham eligió el Monte Moriá (hoy conocido como «Monte del Templo») para proclamar el monoteísmo. Posteriormente, en la época del Rey David, el Pueblo de Israel conquistó la ciudad de Jerusalén y, una generación más tarde, el Rey Salomón construyó el Gran Templo de Jerusalén. 

Sin embargo, cuando en el Pentateuco se habla de Jerusalén, se la menciona como «el lugar que Dios va a elegir» o fórmulas similares. Esto es especialmente notorio en los pasajes de Deuteronomio en los que se mencionan los detalles rituales del Gran Templo. Si Jerusalén es tan central, ¿por qué no se menciona ni una sola vez de manera explícita en el Pentateuco? 

Maimónides (1138-1204) comenta tres respuestas a esta pregunta. 

La primera es que si los pueblos paganos de la época hubieran sabido la importancia de Jerusalén, hubieran luchado por conquistarla y ejercer su soberanía sobre ese territorio. 

La segunda es que aquellos que tuvieran el poder, hubieran intentado destruirla por completo mediante la fuerza y la violencia. 

La tercera es que las doce tribus de Israel se hubieran peleado entre sí para definir quién se quedaba con el territorio en donde estaba emplazado el Gran Templo. 

En los tres casos, la preocupación de Maimónides parece ser la misma: en vez de que Jerusalén sea un centro de respeto y armonía entre todos los seres humanos, se hubiera transformado en centro de discordia, conflicto y guerra. 

El verdadero sentido de Jerusalén es que sea un punto de encuentro entre Dios y toda la humanidad.